Por: Mateo Sebastián Silva-Buestán
¨Cholo soy y no me compadezcas¨
Esperamos que el irrisorio título que enmarca estos malformados garabatos -nótese notablemente la reiterada reiteración-, producto de las malas noches, este terrorífico día doce, en suma de estos lamentables tiempos, le hayan situado hasta esta triste cuartilla de papel digital, virtual, inexistente; si es así, enhorabuena, felicidades; si no, pues... poquísimas palabras para el buen entendedor.
No resulta imposible no creer que en nuestra ultra-posmoderna época todavía se acuñe el término ¨raza¨ para designar a grupos de personas que no cumplen los predominantes rasgos bastante marcados de alguna localidad. Diríamos que la ¨raza¨ pertenece a los perros, pero aquello resulta un peligro, pues seguro dentro de poco, a razón del grotesco proceso de humanización animal, resultará una ofensa referirse a un can bajo este término ¨y vendrán peores cosas¨. Por otro lado, ¨interculturalidad¨, sírvase de ser asimilada como un valiente eufemismo.
De nuestro tuétano aún no pueden arrancarse innumerables actitudes neocoloniales, todavía permanece inveterada a nuestras venas la sumisión, directa acción esclavizadora por cuatrocientos años; indirecta por otros doscientos, entiéndase, pues, el proceso libertario como una vil transferencia de poder globalizadora.
Recordatorio: todos y todas somos afrodescendientes; el mestizaje no es propio de nuestra región, no es más que otro término euro-centrista, tal cual ¨países de tercer mundo¨. ¨Descubiertos¨ no fuimos.
En determinada, queridos y queridas, mientras en nuestro léxico se registre: ¨Longo¨, ¨Cholo¨, ¨Mitayo¨, ¨Doñita¨, ¨Mujercita¨, ¨Runa¨, ¨Provinciano¨, ¨Mande¨ y un largo etcétera, no esperemos mejorar, sino, más bien, conseguiremos el efecto opuesto.
Y en un postrero acto un tanto irónico, citamos a un filósofo medio alemán para decir que no nos queda más que, nunca antes mejor dicho: ¨bailar entre cadenas¨.
No queríamos despedirnos sin dejar algunos aportes escritos hace ya ¨siete lunas y siete serpientes¨.
¡OH, PACHACÁMAC! ¡OH, VIRACOCHA!
¡Oh, Pachacámac!
Quítanos el ¨mande¨
de los labios.
¡Oh, Viracocha!
Que nos devuelvan la
lengua a nuestras bocas.
¡Oh, Pachacámac!
Remienda esta
resquebrajada vasija de barro.
¡Oh, Viracocha!
Trae de vuelta la
pampa mesa, deshaz la mal-armada mesa,
pues no hemos de
hacer comedor si tantos quedamos por fuera.
¡Oh, Pachacámac!
Traga y escupe la
alta alcurnia de esos cuantos
que creen azul su
torrente: infames, canallas, mentecatos.
¡Oh, Viracocha!
Que dejen de enseñar
a los niños que descubiertos fuimos,
que se dejen de
eufemismos y palabreo barato e indelicado,
que se diga tal cual
fue la cosa: una sanguinaria conquista, nada color rosa.
¡Oh, Pachacámac!
Regrésanos el brillo
a nuestros opacos y sombríos ojos.
¡Oh, Viracocha!
Que quiten las manchas
blancas de nuestra piel morena y hermosa.
¡Oh Pachacámac!
Que retorne la sangre derramada en las mitas a
nuestras manos.
¡Oh, Viracocha!
Que raza tienen los
perros y no los humanos.
¡Oh, Pachacámac!
Que estas tierras no
son de los hacendados, si no de sus trabajadores,
que la labren los
Señores y la fusta marque sus regordetes dorsos.
¡Oh,
Viracocha!
Que pida perdón y
pague el diezmo el cura,
que confiese su
pecado y de cuantos ¨indios¨ inocentes su tortura.
¡Oh, Pachacámac!
Que mestizos y criollos
entiendan que viven aquí de arrendatarios
y que de una vez
sepan que no pagan mísera cuota,
incluso después de
haber causado tanto daño
arrogantes posan y, desde
el privilegio, se dicen patriotas.
¡Oh, Viracocha!
En mis imberbes mejillas
se nota el viento de Los Andes;
en mi dorada sonrisa
yace el sol que roza la blancura de sus cúspides;
en mis gélidos pasos
está el frío de las lagunas;
en mis fuertes brazos
el calor y pelaje de las llamas;
en mis gruesas
facciones la desesperanza, el dolor, la agonía.
¡Oh, Pachacámac!
Corta de tajo la
absurda discriminación al anaco, al poncho y a la alpargata.
¡Oh, Viracocha!
Que nuestros dizques
líderes pagarán con su vida la traición recibida.
¡Oh, Pachacámac!
Concédeme la gracia
del cóndor y extiende mis alas.
¡Oh, Viracocha!
Permite el vuelo
majestuoso y la libertad perenne.
¡Oh, Pachacámac! ¡Oh,
Viracocha!
¿Están ahí? Hace más
de quinientos años que hemos lanzado plegarias en vanas.
¡Oh, Pachacámac! ¡Oh,
Viracocha!
¿Acaso se le ha
pegado el complejo de los dioses?
¡Oh, Pachacámac! ¡Oh,
Viracocha!
¿Por qué nos han
abandonado?
¡Oh, Pachacámac! ¡Oh,
Viracocha!
Que hoy es doce y mi
piel chilla, mis huesos trinan y mi espíritu muere.
¡¿VES CÓMO ME ROMPES EL PONCHO?!
Juan Atampam miraba estupefacto, junto a Wiracocha, que, aunque hayan pasado algo así como quinientos años,
las cosas seguían igual a cuando él fue dado muerte por un par de blancas manos
que masacraban, incansables, con la delgada y puntiaguda fusta.
De entre todos los tirones de
cabello, vejaciones e insultos lo que desató la furia aborigen fue ese
pusilánime acto de resquebrajar, jalar, romper sus ponchos, símbolo de
identidad cultural.
¿Quí ti pasa, majaderu? Rrispeta,
bubote, quí mi vienes a estarr rrumpiendo mi poncho. Cumu mi ves cumunero,
piensas acasu que suy cujudo. Pero por mi esque vos puedes trragarr huambra
adefesiu, porr el campesinu vos tienes cumudidades. Esu, esu, burrlate de mi acentu,
sucu pendeju, incultu, quí has de saberr lo qui significa qui ti impungan una
lengua qui no es la tuya. Pero aura mi tiemblas cuandu mi ves prutestando,
tiemblas, cujudu, tiemblas. Y encima eres capaz di pensar qui mi insultas
cuandu mi dices ¨indio¨. ¡Ja! Pubre mestizu sangre sucia, sangre impura. Bien
unidus sumos nusotrros, no cumu ustedes cubardes, veletas. Anda, anda, rregresa
a tu vida di burbuja. Quí sabrás de la rrisistencia, quí sabrás di la lucha,
quí sabrás…
Juan Atampam, al escuchar tales palabras, esbozó una sonrisa y
decidió creer, nuevamente, en la fuerza y resistencia indígena. Al fin y al
cabo, estas tierras son suyas, para
adentro, como mujer en la noche.
¿Mande?
Juan Atampam, de rodillas, con la espalda desnuda y en carne viva
por los terribles fustazos que desollaban su piel morena, repetía furibundo,
colérico, visceral y luego arrepentido: ¨Mande, mande, mande¨ cuando el patrón,
nunca supo si criollo o mestizo, había de latiguearlo para sembrar en su
memoria, a través de aquella maldita palabra, la sumisión y completa obediencia
a un superior. Tales gritos y
tremendo escarmiento sirvieron de ejemplar muestra para el resto. A partir de
ese momento, hubo, el malnacido ¨mande¨, de quedarse por siempre en los labios
de sus semejantes, -no importa si blancos o negros- compañeros de colonia. Juan Atampam todavía grita despavorido
en algún campo funesto al escuchar, temblando, semejante prueba de que el patrón
sigue y seguirá mandando.
Sí o sí, hay que verlo:
https://youtu.be/Ckl8S6Yf3-Q?si=cqeGB3k9d4AJN58V
https://youtu.be/sTXDmz-l4I0?si=NTBbowAYK1PK3VS3
https://youtu.be/pE-pe05gwyE?si=t0NRwLa19MNeqyCi