Por: Nahín Sánchez
Estudiante 1ro BGU
Hubo momentos en los que me
sentía completamente mal, pero no era solo tristeza… era como si me estuviera
muriendo por dentro. Como si algo me estuviera consumiendo lentamente desde el
pecho hacia afuera. Todo me dolía, me costaba hasta respirar. Levantarme era
una tortura, y hablar... hablar era como intentar gritar bajo el agua. Todo
seguía su curso: la gente reía, los autos pasaban, los días cambiaban, pero yo
seguía ahí, atrapado en mi cabeza, en un cuarto sin ventanas, sin puertas, con
paredes que se cerraban cada vez más.
Y con el tiempo, entendí algo y es que nadie va a esperar por mí, el mundo no se va a parar porque yo me
sienta así. Nadie va a poner pausa a su
vida porque tú estés hecho pedazos. El reloj no se detiene, aunque estés al
borde. La vida no frena ni siquiera cuando estás a punto de perderte. Y si no
haces algo por ti, el tiempo no solo te arrastra: te sepulta.
Así que borrón y cuenta
nueva... o al menos, eso intento. Porque el sol siempre vuelve a salir después
de la tormenta, pero a veces lo hace sobre un campo de ruinas. Y en ese caso,
uno tiene que aprender a levantarse. No porque los demás no te quieran, sino
porque nadie, por más que lo intente, puede cargar con tus demonios. Solo tú
sabes lo que pesa tu sombra.
Aprendí que cada lágrima, cada
silencio que quema y cada noche donde piensas que no vas a despertar pueden
volverse parte del impulso. No el que te salva, sino el que te endurece. El que
te obliga a seguir, aunque sea con los ojos vacíos. Porque a veces seguir no es
vivir, es simplemente no morir.
Así es Nahín! Cayendo y levantando! Somos arquitectos de nuestra propia vida. Otros los llaman resilencia
ResponderEliminar