Por: Viviana Romero
Estudiante, 1ro BGU
Un
día, mientras caminaba sin rumbo, con la mirada hacia abajo, no sabía hacia dónde
me dirigía. Después de un tiempo, alzo mi mirada y me doy en cuenta que estoy
en un lugar con clima seco y suelo árido, pero en él habitaba una flor bella, con
su corola que estaba compuesta por cinco pétalos acorazonados de color rojizo, no
sabía por qué algo tan bonito habitaba en un lugar despoblado y abandonado. Me
fui acercando poco a poco hacia la flor, a lado de ella sentía que todos mis
males los curaba, así que decidí arrancarla con cuidado y llevármela a casa. Dudaba
que durante el camino se iba a marchitar. Llegué a casa, la flor seguía
intacta. Al pasar los meses, aquella flor nunca se secó ni se marchitó, era una
flor curativa. Nunca pensé que una flor del desierto sería mi complemento
perfecto.
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