Por:
María José Uguña
Estudiante,
1ro BGU
Compasión
para el misericordioso. Toca aprender que nuestros actos tienen precio, que con
duelo como tristeza la sociedad nos hará pagar o así se profesa. Suplicio de
por vida, un designio que dañe el corazón. ¨Vive atormentándote y arrepintiéndote
que ni Dios te tendrá pena¨, resuena en su mente. ¨Observa el espejo y
date cuenta de que el error lo provocaste tú¨ ¡Ay, niña inútil que tú pensaste
que Dios no era castigador! Los deseos son: cuando le toque pasar su
medicamento, que le sirva de conmemoración del delito que sin vergüenza
cometió. Ella lo sabe, ella lo acepta, ella llora, pero ella cree que se lo
merece, pues eso se quedó tan impregnando en sus entrañas, permaneció tan
humedecido el irrespeto que le causó al Supremo, pero eso ya no importa, ella
sabe vivir en la facultad. Eso es la vida con VIH, el único arte de las calles.
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