Por: Dayanna Santos
Estudiante 1ro BGU
Lento
se derrama tu recuerdo en mi mente,
el
café que se enfría,
los
espirales del humo del cigarro se van desvaneciendo.
Las
espinas que dejaste clavadas en mí
apuñalan
al pobre sentir que tenía para entregarte.
Qué
ironía hablar ahora de odio,
si
alguna vez de amor eterno estuvimos envueltos.
El
verano se vuelve un agobiante suplicio,
felicidad
desbordada entre tanta gente rota.
Enviar
una postal a tu mente quisiera,
para
que escuches lo que departo de ti,
para
que entiendas el sufrimiento del desgarro que dejaste.
Sol
brillante, ¿qué tan cruel podría ser?
Si
alguna vez fue la ilusión de que llegara,
para
por fin atreverme a salir de la orilla y nadar.
Y sin
cuenta alguna,
aquel
calendario viejo que fue marcándose solo,
hasta
sellar por siempre el fin del verano.
Marchitas
las rosas que un día fueron mías,
fracasado
mi plan secreto de vernos morir juntos.
Esas
hojas que empiezan a crujir bajo mis pasos tristes,
relojes
que alertan silencio del cambio,
marcan
el silencio final de la última oportunidad.
Obstinada,
nunca quise dejar el refugio que me generaba tu nostalgia;
en un
débil suspiro sabor hiel falleció el futuro y los sueños.
El
opresivo verano fue desangrándose en ocres y silencios,
y el
fresco aire del otoño se posó en tu hombro.
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