jueves, 10 de abril de 2025

REVISIÓN

 

Por: Mateo Sebastián Silva-Buestán

 

- Aleja, ¿te lo cambiaste?

- Sí, ¿no te acordarías que hoy toca?

- ¿Y ahora? Yo no, es que este es el único que tengo que no está roto. La señorita me va a dar con la regla grandota que tiene.

- Calla, calla que ya viene.

- Aleja, ayúdame, es que tampoco traje los cuadernos del deber.

- ¡Tonta vos también!

- Aleja, ayúdame, por favor. Desde que mi mamá le dijo que me pegue no más cuando sea de darme, no ha habido día que la señorita no me casque como a mula.

- ¡Shhh!

- Acuérdate la otra vez cuando me metió cinco cocachos por no saberme la tabla del seis.

- Baja la voz, habla suave.

- Aleja, me sigue doliendo la cabeza. Sonó durísimo, como que se me rompía algo adentro.

- Ya ya. La última vez.

- Gracias, Aleja.

La Aleja, mientras esperaba su turno, soltó, adrede y disimuladamente, sus orines. Ahí, parada junto a su pupitre, sentía empapada su media-pantalón y salpicados sus relucientes, lustrados, embetunados zapatos negros del diario. La señorita llegó a su puesto, ella temblaba. La sujetó por la cintura, le abrió y estiró la falda a fin de cerciorarse que había cambiado su ropa interior, rutina que era usanza en sus clases a fin de mantener el dizque orden y limpieza en el grado. En efecto, el color era otro, pero rápidamente la maestra notó la hedionda y amarilla orina diluida por toda la imberbe pelvis, las piernas, la tela, las medias, los zapatos, el suelo de fría baldosa.

¨So puerca esta, así...¨, fue lo único que se alcanzó a escuchar, porque la dulce voz de la señorita se inmutó ante los sendos chirlazos, las incontables patadas, jaladas de cabello, aruñadas que le propinó a la mártir infante. Mientras la arrastraba por los hombros hacia la puerta del aula para seguramente ir a meterla en agua helada, Aleja buscó con la mirada a su amiga, sus ojos se hallaron. Ella, la amiga, la que pidió el favor, llorisqueaba en silencio, su mirada expresaba tristeza y culpa infinita, pero Aleja… Aleja le hizo una graciosa mueca y luego sonrió. 

- Gracias, Aleja - murmuró, a la par que profesora y estudiante desaparecían del salón de clases.  

 

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