Por: Ing. Jeaneth León Misnaza Mgtr.
Rectora
El triste y reciente pasado nos cuenta sobre dos
conflictos mundiales que dejaron a la Tierra en las más putrefacta de las
miserias: poblaciones diezmadas, devastadas, ciudades destruidas, inseguridad
alimentaria -como consecuencia de suelos infértiles y contaminados-, además de escasos
medios de producción para la supervivencia del Humano.
La Organización de las Naciones Unidas ONU nace como
consecuencia de la cruenta y genocida II Guerra Mundial con el propósito de
prevenir a las futuras generaciones de las irremediables consecuencias de
situaciones bélicas. Esta organización surge gracias a la cooperación
internacional para resolver problemas de carácter económico, social, cultural o
humanitario y para promover e incentivar el respeto por los derechos humanos y
las libertades fundamentales sin distinción de etnia, sexo, idioma o religión.
Sin embargo, diversos medios de comunicación constantemente
informan y hasta denuncian que en el seno de esta organización existen,
irónicamente, discordias, odios, divisiones, ambición de poder que, por lo
general, obedecen a intereses particulares, individuales o grupales. Cabe
recalcar que, en algunos países, los mandamases exponen, sin consciencia
alguna, a altos riesgos a su población, sin medir ni encarar las consecuencias.
Las continuas reuniones y acciones en busca de la paz han sido largos períodos
de fútiles diálogos de poca efectividad, por lo que se podría decir que la
confianza en los procesos de mediación por la pacificación ha disminuido
drásticamente.
La actual escalada de violencia y tensiones militares
hacen pensar sobre un muy posible conflicto armado de gigantescas y
catastróficas proporciones, razón por la que es importante traer a tiempo
presenten el pensamiento y la experiencia de algunos los abanderados de la paz
que durante la caravana de los años del siglo XX han realizado un verdadero
trabajo, encaminados siempre a establecer cimientos duraderos de tan preciado
Don. Resalta, entre ellos, la egregia figura de Juan Pablo II quien dedicó todo
su pontificado a ser un constructor e incansable edificador de y por la paz
mundial. Con este objetivo en mente propuso pasar de la palabrería demagógica a
calar en el verdadero espíritu de la paz a nivel de la clase política y medios
de comunicación, quienes más directa que indirectamente son eslabones decisivos
en el camino hacia la armonía mundial.
San Juan Pablo II consideraba como factor fundamental
salvaguardar y defender, en toda circunstancia, los derechos humanos
imprescindibles y así convertirlos en convicciones, tanto para poderosos como
para los débiles, e impregnar toda su actividad en acciones de este tipo. Para el
Pontífice esta meta se podía y se puede cumplir a través de una educación
paciente y prolongada en todos los niveles y sectores de la sociedad.
Ya lo dijo el Santo Padre con claridad meridiana en su
mensaje de la XII Jornada Mundial de la Paz (1979):
¨La educación
a la paz debemos partir venciendo el sentimiento espontáneo de impotencia,
mirando más allá de las tristes evidencias inmediatas y ver más allá de la
violencia que mata, el camino discreto de la Paz que jamás renuncia y hace
progresar la vida¨.
Para nuestro patrono, San Juan Pablo II, los
predilectos de su corazón siempre fueron los jóvenes y depositó en ellos toda
la esperanza como fieles artífices de la paz, a través de sencillos ejemplos
cotidianos. Consideraba que los jóvenes son individuos dinámicos de la sociedad
que, por dominio de sus pasiones, por la aceptación y el respeto mutuo,
conquistan su propia paz interior y la de su entorno. Dedicó, pues, a ellos, un
inmarcesible mensaje:
¨Jóvenes,
sed constructores de paz. Vosotros sois artífices con pleno derecho de esta
gran obra común. Resistid a las facilidades que os adormecen en la triste
mediocridad y a las violencias estériles con que quieren utilizaros algunas
veces unos adultos que no están en paz consigo mismos. Seguid los caminos que
os marca vuestro sentido de la generosidad, de la alegría de vivir, del
compartir. Vosotros deseáis invertir vuestras energías nuevas -que escapan a
las discriminaciones apriorísticas- en unos encuentros fraternales por encima
de fronteras, en el aprendizaje de lenguas extranjeras que faciliten la
comunicación, en el servicio desinteresado a los países más necesitados.
Vosotros sois las primeras víctimas de la guerra que destroza vuestro ímpetu.
Vosotros sois la promesa de la paz¨.
Termina, Juan Pablo II, responsabilizando a todos los
seres humanos la obra de construcción por la paz y en su oración final manifiesta
que: ¨La paz será la última palabra de la Historia¨.
Excelente, felicitaciones hermana.
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