Por: Ing. Pavlova León
Subinspección; Docente Religión, Computación y Animación a la lectura
Costa, Sierra y Oriente. Oña, Ponce Enríquez,
Limón Indanza, Simiatug, Sevilla, Don Bosco, Manta, Taisha, Macas. Una década
de servicio incondicional, de no dudar, de decir: ¨Sí¨. Hace diez años, una
Pavlova de 15, decía por primera vez que ¨sí¨ a una gran aventura, de la cual
se veía el inicio, pero a día de hoy, no un final. Jueves Santo: Lavatorio de los pies,
Institución de la Eucaristía y Mandamiento del amor. Viernes Santo: Jesús muere
en la cruz, el camino al Calvario, Adoración a la cruz, silencio total. Sábado
de Gloria: visitar a las familias, entregar estampitas, víveres, bendecir
imágenes y dar la Comunión a los enfermos, bendición del Fuego, Vigilia Pascual,
despedirse. Domingo de Resurrección: misa de Pascua, volver a casa. Así he
vivido mis últimas diez semanas santas. Inclusive en la pandemia.
En donde todos ven un largo feriado, distintos
grupos de jóvenes en todo el Mundo, se atribuyen el nombre de ¨Misioneros¨,
entonan el tan amado y pegajoso himno: ¨Alma Misionera¨ y con sus mochilas,
como si de un scout que va de
campamento se tratase, con sleeping,
aislante y botas, salen a las comunidades más lejanas y olvidadas, a cumplir el
rol, de quien a cargo de la parroquia central no se da abasto para llevar la
reflexión de estos cuatro días a cada hogar.
Camas a medio comer de las polillas, casas
vacías, cuartos pequeños, baños comunitarios (muchos sin agua caliente o al
menos una ducha), una barrita de
señal o ninguna, sin red de WiFi, leche recién ordeñada, huevos recién puestos,
la majestuosa agüita de cedrón, comer
por obligación o, más bien dicho, por educación, pescado salado, fanesca,
caminatas eternas; en pocas palabras: otra realidad. Despertarse con el canto
de los gallos, aullidos de los perros a media noche, días fríos, tardes con
neblina, noches heladas, amanecer a las 05:00 am y acostarse a la 01:00 am (en el
mejor de los casos), hablar en público, expresar lo que sientes, escuchar el
odio, la envidia, el miedo de quienes hasta hace una hora no habías visto en tu
vida. Problemas de lectoescritura, de lenguaje, de idioma (en ciertas
ocasiones), niños enfermos, adolescentes reacios, falta de apoyo, miradas,
burlas, comentarios fuera de lugar…
¡Qué lugar tan horrible ese al que denominan ¨Misión¨!
¿no? ¿Por qué dejar la cama caliente, la comida rica, el baño privado, los
amigos, la señal de celular, las redes sociales, el ¨saber¨ qué pasa con la
sociedad, en fin, todo aquello que consideramos comodidad? ¿Quién en su sano
juicio decidiría hacer eso? ¿Quién, cuando existe un feriado, prefiere seguir
trabajando y desgastándose, en vez de descansar? Porque claro, a nadie le gusta
sufrir, entonces ¿para qué incomodarnos a propósito? Y claro que hay una
respuesta a cada una de esas preguntas, dos palabras en cuatro letras: no sé.
Mi mamá lo llama la excusa perfecta para no
estar en la casa, quienes son misioneros lo llaman vocación, ¿pero yo?, no sé.
A diez años de aquel ¨Sí¨ aún no sé cómo llamar a ese sentimiento, ese
sentimiento de ir a la misión, de necesitar ir a la misión. ¿Vencer un nuevo
miedo? ¿Saber cómo es el nuevo lugar? ¿Por qué simplemente no es lo mismo que
asistir a las misas aquí, cerca de mi familia y mis comodidades? Cada año tengo
una respuesta nueva y nunca igual a la del año anterior, pero simplemente ¡No
sé!
Sin embargo, hay algo que sí sé, es que el
lugar, las personas, los desafíos, las celebraciones, no son la misión, la
misión es uno. La misión no fue ir a hablar de cómo Jesús dio la vida por
nosotros, la misión fue vencer mi miedo a hablar frente a muchas personas y
expresar lo que sentía. La misión fue saber que puedo escuchar, observar la
realidad y descubrir que mi forma de servir es el hablar, hablar a las
personas, desde el corazón y la experiencia. La misión no fue jugar con niños
en medio de pastizales, la misión fue entender cómo ellos son muchos más
felices con menos que nosotros. La misión no fue ir y rezar por la unión de las
familias, fue llegar a mi hogar y saber lo afortunada que soy de tener a mi
familia junta. La misión no fue caminar con la cruz al Calvario del Señor en el
Viacrucis, la misión fue vencer mi calvario, aprender a comer de todo, aunque me
desagrade, aprender a escuchar, aprender a hablar con las personas, aprender a
desenvolverme con nueva gente. La misión es uno, no hay otra misión, el viaje,
las anécdotas, los cantos, los sufrimientos, no son sino la manera de encontrar
nuestra misión, de encontrarnos.
A quien lea esto, le animo a ser misionero, a
ser ¨Sal y Luz del Mundo¨, porque la luz no se puede ocultar, cuando brilla, se
ve hasta el otro lado de la Tierra e ilumina a quienes pasan por su lado; y a
no dejar nunca de ser sal de la vida, porque como se escribió en Mateo 5,13: ¨cuando la sal deja de salar, ya no sirve,
se tira y la gente la pisa¨. Hay que ser Sal y Luz de este Mundo, decir que
sí a la misión, al llamado a servir, para dejar huella, para poder encontrarse.
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