jueves, 28 de marzo de 2024

UNA SEMANA SANTA DIFERENTE

 

Por: Ing. Pavlova León

Subinspección; Docente Religión, Computación y Animación a la lectura 

 

Costa, Sierra y Oriente. Oña, Ponce Enríquez, Limón Indanza, Simiatug, Sevilla, Don Bosco, Manta, Taisha, Macas. Una década de servicio incondicional, de no dudar, de decir: ¨Sí¨. Hace diez años, una Pavlova de 15, decía por primera vez que ¨sí¨ a una gran aventura, de la cual se veía el inicio, pero a día de hoy, no un final.  Jueves Santo: Lavatorio de los pies, Institución de la Eucaristía y Mandamiento del amor. Viernes Santo: Jesús muere en la cruz, el camino al Calvario, Adoración a la cruz, silencio total. Sábado de Gloria: visitar a las familias, entregar estampitas, víveres, bendecir imágenes y dar la Comunión a los enfermos, bendición del Fuego, Vigilia Pascual, despedirse. Domingo de Resurrección: misa de Pascua, volver a casa. Así he vivido mis últimas diez semanas santas. Inclusive en la pandemia.

En donde todos ven un largo feriado, distintos grupos de jóvenes en todo el Mundo, se atribuyen el nombre de ¨Misioneros¨, entonan el tan amado y pegajoso himno: ¨Alma Misionera¨ y con sus mochilas, como si de un scout que va de campamento se tratase, con sleeping, aislante y botas, salen a las comunidades más lejanas y olvidadas, a cumplir el rol, de quien a cargo de la parroquia central no se da abasto para llevar la reflexión de estos cuatro días a cada hogar.

Camas a medio comer de las polillas, casas vacías, cuartos pequeños, baños comunitarios (muchos sin agua caliente o al menos una ducha), una barrita de señal o ninguna, sin red de WiFi, leche recién ordeñada, huevos recién puestos, la majestuosa agüita de cedrón, comer por obligación o, más bien dicho, por educación, pescado salado, fanesca, caminatas eternas; en pocas palabras: otra realidad. Despertarse con el canto de los gallos, aullidos de los perros a media noche, días fríos, tardes con neblina, noches heladas, amanecer a las 05:00 am y acostarse a la 01:00 am (en el mejor de los casos), hablar en público, expresar lo que sientes, escuchar el odio, la envidia, el miedo de quienes hasta hace una hora no habías visto en tu vida. Problemas de lectoescritura, de lenguaje, de idioma (en ciertas ocasiones), niños enfermos, adolescentes reacios, falta de apoyo, miradas, burlas, comentarios fuera de lugar…

¡Qué lugar tan horrible ese al que denominan ¨Misión¨! ¿no? ¿Por qué dejar la cama caliente, la comida rica, el baño privado, los amigos, la señal de celular, las redes sociales, el ¨saber¨ qué pasa con la sociedad, en fin, todo aquello que consideramos comodidad? ¿Quién en su sano juicio decidiría hacer eso? ¿Quién, cuando existe un feriado, prefiere seguir trabajando y desgastándose, en vez de descansar? Porque claro, a nadie le gusta sufrir, entonces ¿para qué incomodarnos a propósito? Y claro que hay una respuesta a cada una de esas preguntas, dos palabras en cuatro letras: no sé.

Mi mamá lo llama la excusa perfecta para no estar en la casa, quienes son misioneros lo llaman vocación, ¿pero yo?, no sé. A diez años de aquel ¨Sí¨ aún no sé cómo llamar a ese sentimiento, ese sentimiento de ir a la misión, de necesitar ir a la misión. ¿Vencer un nuevo miedo? ¿Saber cómo es el nuevo lugar? ¿Por qué simplemente no es lo mismo que asistir a las misas aquí, cerca de mi familia y mis comodidades? Cada año tengo una respuesta nueva y nunca igual a la del año anterior, pero simplemente ¡No sé!

Sin embargo, hay algo que sí sé, es que el lugar, las personas, los desafíos, las celebraciones, no son la misión, la misión es uno. La misión no fue ir a hablar de cómo Jesús dio la vida por nosotros, la misión fue vencer mi miedo a hablar frente a muchas personas y expresar lo que sentía. La misión fue saber que puedo escuchar, observar la realidad y descubrir que mi forma de servir es el hablar, hablar a las personas, desde el corazón y la experiencia. La misión no fue jugar con niños en medio de pastizales, la misión fue entender cómo ellos son muchos más felices con menos que nosotros. La misión no fue ir y rezar por la unión de las familias, fue llegar a mi hogar y saber lo afortunada que soy de tener a mi familia junta. La misión no fue caminar con la cruz al Calvario del Señor en el Viacrucis, la misión fue vencer mi calvario, aprender a comer de todo, aunque me desagrade, aprender a escuchar, aprender a hablar con las personas, aprender a desenvolverme con nueva gente. La misión es uno, no hay otra misión, el viaje, las anécdotas, los cantos, los sufrimientos, no son sino la manera de encontrar nuestra misión, de encontrarnos.

A quien lea esto, le animo a ser misionero, a ser ¨Sal y Luz del Mundo¨, porque la luz no se puede ocultar, cuando brilla, se ve hasta el otro lado de la Tierra e ilumina a quienes pasan por su lado; y a no dejar nunca de ser sal de la vida, porque como se escribió en Mateo 5,13: ¨cuando la sal deja de salar, ya no sirve, se tira y la gente la pisa¨. Hay que ser Sal y Luz de este Mundo, decir que sí a la misión, al llamado a servir, para dejar huella, para poder encontrarse.


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