miércoles, 28 de junio de 2023

LO QUE FUE

 

Por: Mateo Sebastián Silva Buestán 

Profesor de Lengua y Literatura


Hemos, han llegado, para unos: a la luz; para otros: a las tinieblas al final del túnel, afortunadamente no el de Sábato. Lo que fue queda atrás, reposa en la borrosa memoria, en el misterioso inconsciente colectivo que tanto pregonó Carl Jung. Diez meses que han transcurrido fugaces pero intensos, como esos idilios, aquellos amoríos prohibidos que dejan la amarga miel en los labios y el verbo entero en el tintero.

Lo que fue es justamente eso, el pasado inalterable, las hojas de los cuadernos ya escritas, algunas arrancadas, las infinitas carillas de los libros, libros que iniciaron con novel aroma y seguro terminaron -por no mencionar los perdidos y olvidados- salpicados de un sinnúmero de ingredientes y sustancias de dudosa procedencia, de todas las horas, de todos los recreos. La campana a media mañana, siempre salvadora de un deber incompleto o de un furtivo e injusto regaño. El impaciente tintineo de las suelas contra la fría cerámica y el disimulado bote del balón, momentos previos antes que estalle la algazara; uno o dos minutos en los que el tiempo se suspendía en el aire y todos, como huyendo de una represión, en carrera a la estrecha puerta, como si no hubiera un mañana o, en este caso, otra clase después de esos cortos cuarenta minutos; a lo lejos un: ¨despacio, con calma¨ pasaba desapercibido en los inadvertidos oídos de veinte y pico de almas que sencillamente ya no escuchaban. Y allá afuera, como dijo la voz de Héctor: una selva de cemento. Vieron pasar tantos partidos, pasaron tantas conversas, conversaron de qué comprar y que no, allá en ese quiosco que los aguardaba sosegado, sabiendo que tarde o temprano acudirían en búsqueda de sus servicios. La metida de pie bajo la incesante lluvia, Juan alcanzó a poner sus manos y solo se empapó las palmas en tal charquito, ahí cerca de los columpios; el sano coscorrón entre pares en los días de fatigante sol y luego Pedro, protagonista de la veloz persecución por los patios, canchas y escaleras.

Luego, como lo advirtió Nietzsche: el eterno retorno. El regreso a las aulas, secarse el sudor, beber algo; el tapar los espejos de los baños con tantos rostros, faces repletas estas, en palabras del poeta decapitado, de excelsa gracia juvenil, de rubor, de sombra, de indómitos cabellos, rizados y ondulados, lacios y nada crespos. Y ver llegar a la figura del momento, cargado de hojas, de papelotes, de anteojos caídos, de inexorables ánimos y perderse en la sinfonía de sus palabras, de sus gestos o extraviarse en el más soporífero de sus incongruentes discursos. Clases y más clases, tareas y más tareas, lecciones y más lecciones, algo habrá quedado.

Nada comparado con el campanazo final, la alegría del día, así para ustedes, como para nosotros. Sabíamos que se iban, pero que volverían, que la rutina, pese a ser rutina, estaría ahí, que todo volvería a la normalidad en un par de horas; ahora, ahora, lo que fue, fue. No se repetirá jamás, bueno o malo, para reír o llorar, ya no está, resulta que las crisis existenciales también invaden a la maquiavélica cotidianidad. Y helos ahí, sus pupitres, sus aulas, vacíos, reclamando su presencia.

Al fin y al cabo, el eterno retorno, pues en menos de lo que canta un gallo notarán que es ese curioso domingo por la noche y que a la mañana siguiente tendrán que madrugar y acoplarse a un nuevo presente. Algunos de sus compañeros y profesores no estarán, quedará solamente su recuerdo.

Basta ya de circunloquios. A lo que estas palabras van referidas: vuelen la cometa, metaforizo estas líneas, surquen los salvajes vientos, agarren fuerte su cola, aunque duela, floten junto a la cometa, llévenla alto, pese al mar temporal. Recuerden que es imprescindible cultivar la cometa, para luego cosecharla. Rieguen su mente, aprendan, no dejen de leer. Se llevan lo que fue.

Ahora, para terminar, quisiera dedicarles dos textos escritos hace ya algunas semanas. Textos que bien esbozan, esas tres palabras que han dado sentido a estos párrafos, lo que fue.

 

EN LOS PASILLOS

Están cansados. Sus cabellos alborotados e inundados de sudor así lo demuestran. Sus rostros, ya secos y sucios de tanta transpiración hacen juego con los manchados uniformes que, a causa del césped, la tierra y el polvo lucen descuidados, como si fuesen trapos de cocina que están próximos a convertirse en seca-suelos. Encorvadas yacen sus tristes figuras, quizá por ello sus disimulados, pero prominentes vientres se esconden, a la perfección, entre las chompas marinas de los días lunes. En sus ojos se aprecia el desgaste, la desilusión, el miedo; sus iris se opacan acorde avanza la mañana; sus retinas se retraen según pasan y repasan un sinnúmero de páginas, indecibles letras sin sentido, conjuntos de palabras que sus cerebros, simplemente, no están interesados en descifrar. En el patio el partido fue tenaz: los menores vencieron a los mayores, incluso el improvisado golero atajó un tiro de máxima pena, allí bajo ese incandescente sol de media mañana, allí en medio de otros tantos balones que, como balas, surcaban los aires septembrinos. Pero todo quedó atrás, ahora sus pesadas cabezas, demasiado agotadas como para estudiar los elementos químicos y muy fatigadas como para analizar un párrafo argumentativo, están apoyadas en las puertas y paredes exteriores de ese cuarto donde deberán permanecer por otro par de horas, esperando ansiosos el estruendoso, pero alegrante sonido de la campana.

Los pasillos, temprano en la mañana, aunque repletos de perfumes y olores a comidas, recuerdan al corredor de la muerte, es como si con el sonido de cada pisada se escuchara: hombre muerto caminando. En contraparte, apenas entrada la tarde, los pasillos mutan, tal Gregorio Samsa, y se asemejan al final de un interminable laberinto que casi asesina a los desventurados y arriesgados transeúntes.

Al momento de abandonar los pasillos e ingresar a cada encuentro, todo es siempre igual. ¨El otro¨, al entrar a los cuartos, es recibido por un variopinto vaho de difícil descripción. Cuando los ojos de ¨el otro¨ se levantan, pide al Cielo que el sistema no le absuelva.

Finalmente, me gustaría dedicar unas líneas a mi Octavo ¨A¨, hoy es el último día que ustedes son como tal, así -les diría un montón de apelativos-, pero lo dejaremos en ¨…como son¨. Nostalgia, muchachos, lo que siento, nostalgia, el dolor por lo que fue.

Este texto se intitula…

El Da Vinci del pupitre

La silla de Sofía amaneció, misteriosamente, con un enorme dibujo que ella no entendía muy bien: dos círculos ovalados divididos por lo que parecía un gran baguette. Ante la estupefacción de sus amigas y las risitas burlonas de sus compañeros, Sofía decidió dar aviso a su profesor encargado. Al ver y reconocer tan explícita obra de arte en la silla de una de sus alumnas, el profesor, rojo de vergüenza y sin palabras, no tuvo más remedio que suspender la clase, separar a las chicas del salón y quedarse solo con esos inquietos, curiosos pre-pubertos. Ya solo entre varones nadie se atribuyó la famosa pintura; el autor, pese a todas las amenazas individuales y colectivas, prefería mantener el anonimato y dejar que su arte, tal cual las pinturas rupestres -tema recién abordado en clase- se le atribuya al hombre y no a la mujer. ¨ ¿Por qué los hombres dibujan miembros masculinos de todos los colores y tamaños? ¨, cavilaba atónito el profesor a la par que veía en los ojos de sus alumnos su vivo reflejo, pues él, en su lejana adolescencia, luego de una clase de Arte, hubo de ganarse el apodo de ¨El Da Vinci del pupitre¨.

Con todos y con todas, muy felices vacaciones, seguro que nos volvemos a ver.

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