(Docente Ciencias Naturales y Sociales; Filosofía y Ciudadanía)
Dedicado
a la memoria de mi padre en el huerto de tomates.
Dan las diez de
mañana y todos yacíamos sentados en la retícula estrecha del salón, uno tras
otro viéndonos de nuca escuchábamos atentos un vaivén sonoro de pasos que
trajinaban por la avenida principal del pasillo grande. El reloj marca ya,
cuarto a las once. Cambiamos un cuaderno por otro para tomar nuevos apuntes de
clase sobre la ciencia y sus misterios de la vida; de pronto se cae un lápiz y se
disparan las risas; brincan muchos ojos en ese menudo y minúsculo objeto como
si fueran diminutas pelotitas de ping-pon para seguir y saber cuál es el
destino que tomó ese carbonatado instrumento por debajo de nuestros pies.
No sé por qué,
pero recordé con cierta forma la famosa parábola del sembrador. El sembrador
salió a sembrar y unas semillas cayeron en un camino de piedras; otras en las
espinas y, cuando por fin unas cayeron en tierra fértil, solo estas dieron los
buenos frutos. ¡Eureka! Eso era lo que buscaba, me lo repetí incrédulo. Las
semillas, en su afán de germinación, son las únicas dadoras de la más
extraordinaria y maravillosa creación de la vida, todo se devuelve en ellas
como el arché del mundo que buscaban
los eternos griegos. Son el principio y el fin de una generación y el comienzo
para otra. Es inminente y fabuloso este hallazgo: las se-mi-llas.
¡Qué loca idea! Esta palabra tan mágica pudo haber sido el argumento que me
faltaba para salir de apuros en mi materia de lengua cuando el profesor nos
pidió que escribiéramos un término con entonación grave. Ya las agudas las
había superado, pero las de connotación en grave, eso sí que no. Ya ni hablar, Lengua
me pone de cabeza, con los pelos de punta y es como ver a Teo que no se quiere
peinar.
Una gotita de
lluvia, de esas últimas que quedan todavía, la vi retenida por la cornisa. Sin ruido
cae atraída por el efecto gravitatorio de nueve coma ocho metros sobre segundos
al cuadrado. Este último acontecimiento me llevó a mí y a otros a preguntarnos
¿Cómo surgen las cosas?, ¿cuándo nacen y cuándo mueren? Estábamos decididos a no
peregrinar por la vida sin saber su cauce, y sí, esta vez nos la jugamos. Eso
me dije hacia mis adentros: debemos aventurarnos a conocer los misterios que
envuelve la naturaleza de la existencia.
Volviendo al
tema de las semillas, se nos ocurrió en clase pedir al profesor que nos
explicara sobre esto. Fue cuestión de un zas… y ya lo encontramos muy
entusiasmado por esta inquietud nuestra. Dijo de pronto: necesito que me
traigan para mañana unas semillas de maíz, arveja, lenteja, haba, porotos; una
porción de algodón y un par de envases biodegradables.
Todo eso nos
resultó muy interesante y de gran algarabía por lo de biodegradable. No
estoy seguro de ese confuso termino para mí, habrá que correr en un vuelo de
dos por tres e ir a investigar.
En la mañana
siguiente sueña el rin…rin… de la sirena anunciando que debemos formar antes de
ir a clases. Estamos ya ante un nuevo día de la semana. ¡Qué ansiedad que llevo
junto a mis compañeros! Las semillas, sonó un leve susurro mientras
intercambiábamos miradas secretas en la estación del patio. Luego entonces,
apretujé mis dientes e hice puño mi mano en son de culpabilidad y angustia: ¡qué
me dirá mama Vitra, la abuela, cuando no vea las lentejas y las arvejas en la
alacena! Y más si encuentra todo alborotado.
Una vez
instalados en el cuarto piso, el profesor nos indicó que debíamos ir al salón
de audio visuales para presentar la exposición de ciencias. Me froté las palmas
de las manos y enarqué los codos en la mesa como quien se prepara para saber por
fin la verdad. Fue entonces cuando Ketty tomó la palabra y empujó la tecla de
ordenador hasta el fondo para dar inicio a la clase. Cuando todo terminó me percaté
de algo en particular, vi la astucia de Alisson que había anudado en forma de
cadena sus recipientes que portaban las semillas, eso me bastó para que yo
resolviera mi interrogante sobre el por qué se dice que la vida pende de un hilo,
y no debemos dejarla escapar sin verla florecer.
Seguimos las
instrucciones al pie de la letra según lo ordenado por el profesor de ciencias
con respecto a los materiales antes solicitados. A partir de ese día, solo nos
restó esperar un par de semanas para ver lo sucedido.
¡Qué maravilla,
no hay cosa sin igual! Yo me decía con voz de victoria, el sembrador saldrá a
sembrar en los campos de su tierra, y disfrutará del aire, del canto de las
aves, y sentado junto al río bajo la robusta sombra de algún sauce comerá lo
que ha sembrado producto del sudor de su frente los frutos de su trabajo; y así
será que pase este ejemplo de enseñanza a los hijos de sus hijos a lo largo de
toda la vasta tierra, esta es la clave de la vida.
Muy buena redacción 👏👏
ResponderEliminar