MSSB
Aquella
madrugada desperté más temprano. Mi cuarto era una sola masa amorfa y oscura,
apenas distinguía el fleco de la cortina, por donde todavía no se filtraba
ningún rayo de sol. Mis ojos no podían volver a cerrarse y mi cuerpo no quería
mover músculo alguno, así que me encontraba en un delicioso estado de modorra e
inmovilidad absoluta. Coqueteaba mi mirada con el negro tumbado, vacilaba mi
mente con las frías paredes cuando las primeras manchas blanquecinas asomaron
en mi habitación. Padecía un inexplicable ardor en la espalda, como si algo
hubiese pasado la noche bajo mi cama y me hubiese rasgado, no solo las
vestiduras, sino también el dorso; en aquel momento rememoré un viejo dicho de
las mujeres de mi familia: cuando se amanece con dolores en el lomo, es porque
seguro algo yace bajo el lecho. No presté más atención a la frase que la
producida por el efímero recuerdo.
Otro
absurdo día había empezado; lo recuerdo especialmente por tres sucesos que
hubieron de marcarme literal y metafóricamente. El primero: una vez de pie no
me calcé las sandalias, fui directo a la puerta y, al pasar por el espejo, noté
algo extraño en mi estrambótica figura. Fui acercándome al reflejo y asomando
mi envés a cada paso. Al llegar observé y palpé indecibles arañazos en todos
los sentidos, mi carne tenía un color rojo, no vivo, sino muerto. Se asemejaba
pues mi espalda a la del crucificado que colgaba de una de mis paredes.
Espantado por la horrible escena di un brinco, sin pensar que las vibraciones
emitidas por mis pisotones despertarían a la terrible colosal araña y la harían
salir, agresiva, de bajo mi tálamo. La araña era en verdad titánicamente
asquerosa. He aquí el segundo suceso: cuando la araña me enfocó con sus
múltiples ojos, avanzó despavorida hacia mí. No tuve reacción, me convertí en
su presa. Cerré los ojos y la gigante araña que araña posó sobre mi humanidad
sus largas y peludas patas. La sensación fue indescriptible, no hay palabras
que describan los pelos de la araña al contacto con mis velludas piernas.
El
tercer suceso radica en que desde que fui invadido por la araña no poseo
memoria alguna. Unos dicen que morí al instante; otros aseveran que me convertí
en este animal y que mi familia me trata como a Gregorio Samsa, que me dejan
moscas en un plato, que me temen y que me asemejo a ese curioso personaje del
afamado cuento de García Márquez. Los más osados aseguran que todo lo narrado
fue un sueño del que todavía no despierto. La verdad del caso es que nunca me
he sentido mejor. Sea cual sea mi forma, me siento… ¡Ah! Cierto es, a veces
olvido que no puedo hablar.
simplemente se resigna a lo inevitable , lo absurdo es que le gusta su nueva forma entonces ¿es una resignación buena?
ResponderEliminarEstimado anónimo: contrario a todo precepto que impulsa, vanamente, a seguir adelante, este texto es el reflejo de la espantosa, pero a la vez maravillosa quietud que genera el sin sabor, la aceptación de la nada, lo grotesco, lo burlesco.
ResponderEliminarGracias Mateo por este cuento, como siempre hace vivir al lector la escena que narra y mantiene la atención hasta el final. Felicitaciones
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