(Profesor de Lengua y Literatura)
Hube de quedarme, amigo Sancho, pese a tener poca sal en mi mollera, pues ya sabes que las gracias y donaires no asientan sobre ingenios torpes, hube de quedarme: atónito, estupefacto, turulato, plus patidifuso.
Tras verlo, hermano Sancho, voy,
de galope y a prisa, haciéndome más cruces que si llevara al diablo en la
espalda, a refugiarme en una de las sendas ínsulas que hube de ofrecerte. Incluso he
olvidado, mi fiel escudero, el sacrosanto nombre de la fermosa Dulcinea del Toboso, a causa hallada en la perplejidad de
lo referido.
Ata bien el dedo, Sancho Panza,
si no han de molernos como cibera y han de dejarnos sin pelos en la barba.
Monta, ya, tu jumento que yo agarro a mi galgo Rocinante y partamos en búsqueda
de nuevas y valerosas venturas, pues prefiero reñir, por un quítame allá esas
pajas, con gigantes molinos en lugar de vislumbrar la decadencia.
Fuere como sea, ten en consideración, amigo Sancho, que saldrá, algún día, en la colada, las manchas que se hicieron en la venta.
Y como era costumbre del escudero, el responder con pocas pero acertadas palabras a su arrebatado amigo, Sancho sentenció:
- ¡Con vos me entierren!,
caballero andante de la triste figura.
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