MSSB
Me encontraba bajo la
regadera, casi no podía ver. No sabía cómo había llegado hasta allí, ni por qué
todo estaba a oscuras, de no ser por un triste y desgastado cirio de antaño,
que seguro lo tomé del inmenso cajón que alberga, entre otras cosas, objetos
que alguna vez fueron sagrados. Quizá no veía, pero palpaba mi alopecia más que
nunca. Bien dicen que cuando un sentido falla, los demás se afinan, es que
sentía todos mis cabellos desvanecerse, sentía su indómita caída y mi cabeza
desnuda y helada.
Desperté, como de costumbre, a
la madrugada, un poco pasadas las cinco, lo suficiente para decir que ¨faltaba para las seis¨. Soy un tipo
bastante enfermo, despierto con el estómago hinchado, el aliento amargo, me
cuesta abrir los ojos y enfocar los objetos circundantes de mi solitaria
habitación, más cuando descubrí al ¨monear¨
varias veces el interruptor de lata que la luz se había ido. ¨ ¿A dónde se va? ¨, aquella
interrogante me mantuvo sentado por varios minutos en el filo del catre,
semidesnudo y con los hombros caídos. Concluí que la luz, literalmente, no
puede ¨irse¨; noté, entonces, una
falla en la popular frase y pensé en que todos repetimos, sin pensar, lo que
oímos. Pero de que ¨se va¨, se va y
esta mañana, nuevamente, ¨se ha ido¨.
¨
¡Ah, mi ducha! Tan desgastada y sucia, ¿habrá hoy de darme agua caliente o fría,
cristalina o amarilla? ¨, meditaba mientras con cerillo en mano
trataba de encender un viejo cirio que encontré por ahí. Vaya cosa difícil
raspar la cabeza de un fósforo para que prenda; si tan solo tuviera una
fosforera, si no hubiese dejado de fumar, no la hubiese tirado junto al
porta-tabacos de cuero café que tomé prestada, en mi lejana juventud, de un
riquillo quien al negarme una ¨pitada¨
perdió dos dientes y el artefacto ya mencionado. Como fuere, afortunadamente, el
agua calentó, pese a que luego se enfrió brutal y súbitamente, pude disfrutarla
durante quince grandiosos segundos. ¨Tengo
cuarenta años, prácticamente no tengo cabello y estoy tomando una ducha a
oscuras¨, sonaba igual de graciosa tanto cuando la pensaba, como cuando la
decía en voz alta, aunque nadie más iba a escucharla, ni siquiera la rata
incauta con la que me di cuenta que convivo hace ya semanas y que siempre
responde con un chillido a mis más desafinadas y des-orquestadas
disquisiciones.
Anoche, al igual que las
últimas semanas, no pude conciliar el sueño, pues los terribles aguaceros
azotan mi techo de zinc y debo esquivar las goteras, camuflándome bajo el trapo
que llamo almohada. Y otra vez: no sabía cómo había llegado hasta allí, ni por
qué todo estaba a oscuras.
Me encontraba bajo la
regadera, casi no podía ver… la ceguera parcial me hizo entrar en razón: una
ducha a oscuras, mi amarga boca, mi prominente barriga, el porta-tabacos
robado, las goteras de mi techo de zinc, mi estrambótica almohada, mi
paupérrimo desamparo, una ducha a oscuras… ¿acaso alguna vez pude ver?