Por: Edward Álvarez
Miembro Club de Periodismo ¨El Observatorio¨
Cuando el sol cae y un triste y lamentable brillo sale
de su oscuridad,
como despidiéndose de alguna alma,
el atardecer
siempre es tan hermoso;
es como si el sol se despidiera de su amada
y le mostrara un último camino,
una última
demostración de su fiel y verdadero amor.
Cuando el sol cae y dibuja el camino anaranjado,
uniendo dos mundos entre cordilleras,
la vida y la muerte en esos pequeños 30 minutos donde
el sol se va escondiendo,
es un momento donde nos encontramos los vivos y los
muertos;
un pequeño momento de transición donde ellos regresan
a donde estamos nosotros,
como un camino que baja de la cordillera; ellos bajan
a vernos.
Ahora me pregunto cuántos niños vendrán.
Hace poco fue
la consulta popular
y las preguntas
son las mismas de siempre.
Extraño por qué no preguntan:
“¿Quiere una educación digna, sí o no?
¿Quiere eliminar la hambruna, sí o no?
¿Quiere que los niños trabajen, sí o no?
¿Quiere
asegurar un plato de comida a los niños de la calle, sí o no?
¿Quiere que estos niños estudien, sí o no?
¿Quiere que militares maten a estos niños, sí o no?”
Esas deberían ser las preguntas.
Pero yo soy un loco que está hablando aquí solo
mientras miro un atardecer,
y de todo esto nace lo que pienso:
¿cuándo a una persona le tomarán en serio?,
¿cuándo a una
persona se le valorará por lo que es?
Hermanos, el sol se esconde para todos y la luna sale
para todos, pero aún
así me pregunto
qué sentido tiene una consulta popular si las preguntas son
las mismas de siempre:
“¿Quiere
enriquecer a los ricos más, sí o no?
¿Quiere seguir explotando el Ecuador y dejar sin agua
Cuenca, sí o no?
¿Quiere dar poder a los militares para que maten a los
niños, sí o no?”
¿Por qué no pensamos en las preguntas verdaderamente
importantes?
A los niños se les quitan sus sueños.
Hay niños que salen de la escuela para ir a trabajar,
hay niños que tienen sueños de ser abogados, médicos,
doctores, arquitectos, profesores.
¿Y qué pasa?
Se les tumban los sueños, porque se levantan a las 3
de la mañana para ir a
un mercado a bajar gavetas y gavetas y gavetas de
tomate, de pimiento, de
papas, y dejan sus estudios.
¿Eso está bien?
Eso debería
importarle a nuestro gobierno:
“¿Quiere que
los niños sigan trabajando, sí o no?
¿Quiere que los niños mueran de hambre, sí o no?
¿Quiere dar una
educación digna, sí o no?
¿Quiere que ya no haya deserción escolar, sí o no?
¿Quiere que los
niños sean abogados o algún día un profesional, sí o no?”
Pero esas no son las preguntas.
Nos preguntan lo mismo y lo mismo cada año,
y ¿les importa
nuestra opinión?
No.
Se están acabando mis 30 minutos.
El sol ya se
está escondiendo y la luna ya está saliendo.
A todos les cae
la noche, a todos les cae el día,
a algunos con
más fuerza y a otros con más llanto.
Unos no duermen por llorar las pérdidas,
y aun así el
Estado te sigue preguntando lo mismo:
“¿Quiere bases militares en el Ecuador, sí o no?”
Yo creo que las preguntas deberían ser diferentes,
y ojalá esto le
llegue al presidente:
“¿Quiere que los niños trabajen y no estudien, sí o
no?
¿Quiere que los niños tengan un plato de comida digno,
sí o no?”
Hace poco vi unos niños bajar los bultos en la Feria,
ropa vieja,
cargando sacos más pesados
y que les doblan en tamaño,
la cara sucia,
con hambre,
y aun así son
felices.
¿Saben el dolor que es ver eso?
A una persona que vio morir a un niño de su familia,
¿saben el dolor
que es ver a un tío, un primo, un padre o una madre
ver a un niño trabajando cuando el Estado mató a su
hijo?
A mí me llega ese dolor
y yo siento ese
dolor,
porque he visto
cómo matan a niños,
he visto cómo matan a gente,
y lo más triste
es saber que hagas lo que hagas no les importa.
A mí me mataron a miembros de mi familia, a un niño, y
no saben el dolor
que es ver a un niño trabajar en la Feria; a uno se le
parte el corazón.
Y mientras tanto seguimos con las preguntas de
siempre.
Yo quisiera que siquiera un poquito se interesaran en
esos niños,
les den ropa,
comida, les ayuden un poco.
Una persona por sí misma puede hacerlo:
darle ropa, darle un plato de comida,
y créanme que se siente bien ayudarles,
uno se siente
vivo.
Pero yo creo que esos se sienten muertos,
porque
preguntan las mismas estupideces siempre:
“¿Quiere tener bases militares extranjeras, sí o no?
¿Quiere
explotar Kimsakocha, sí o no?”
Las preguntas ya deberían cambiar.
Deberíamos cambiar de gobierno, de manera de pensar:
“¿Quiere tener más escuelas, sí o no?
¿Quiere una educación digna, sí o no?
¿Quiere ayudar a niños huérfanos, a niños que
trabajan, con un plato de comida y ropa digna, sí o no?”
Pero eso, ¿a quién le importa?
A nadie.
Nos suben el IVA.
Seguridad: yo vi cómo mataron a una persona,
vi la sangre
tirada y los policías no estaban.
Yo vi cómo hay
gente a la que apuntan con una pistola en la cabeza,
¿y la policía
dónde estaba?
No hay seguridad.
Ni yo me siento seguro en un país en el cual nací.
Ya se está acabando el atardecer.
Espero que los niños que murieron, las personas que
murieron,
hayan podido venir y si quiera despedirse de su
familia,
porque el
gobierno los calló.
El gobierno nos apunta con una pistola a los que
hablamos,
a los que decidimos alzar la voz:
nos cogen, nos
apuntan con una pistola y nos dicen:
“te callas o te mato”.
Y hay personas que seguimos hablando y no nos
callamos.
Pero yo les apuesto que si el día de mañana
yo amanezco
muerto,
ni siquiera me van a encontrar;
van a pensar que estoy desaparecido.
Yo te apuesto que si yo al día siguiente
amanezco muerto,
va a ser un muerto más, y nada más:
un muerto más de tantos.
¿Eso no les hace pensar?
¿Eso no les hace pensar en lo mal que está este país?
Si el día de mañana amanece alguien muerto,
los únicos que
van a llorar son su familia.
Y eso si es que los encuentran,
porque ya no
aparecen.
La última llamada, me cogieron militares,
el último recuerdo:
un fusil
apuntándome en la frente.
Y eso nadie lo va a saber.
Policías primos; militares hermanos pateando a su
propia familia.
El atardecer ya se está acabando y la luna ya está
saliendo.
Ahora es cuando la oscuridad reina,
pero parece que
en Ecuador la oscuridad nunca desaparece.