Por: Ing. Pavlova León Suárez
Docente CCNN, Química y Biología
Nadie recuerda con certeza el origen de Arturo. Solo se sabe que Excalibur lo escogió antes de que él pudiera tan siquiera montar a caballo. Con esa espada templada, con aliento ardiente de dragón, comenzó un tiempo de justicia, unió tierras enemigas y enseñó a los caballeros que la verdadera fuerza nace del honor, mas no del acero.
Su desaparición fue un misterio para Camelot. Se cuenta que el rey Arturo murió en un duelo en los márgenes del reino, enfrentando a un caballero sin nombre cubierto por una armadura que no parecía de ese tiempo. Excalibur chocó una y otra vez contra aquella espada antigua, hasta que el peso del destino hizo que Arturo cayera, no por cobardía, sino porque comprendió que incluso los reyes elegidos deben ceder ante lo que ya, en algún lugar, se ha escrito. Y así, Arturo, que había construido un reino, desapareció junto con la espada que lo había elegido tiempo atrás, esa fuerte y fiel compañera.
Los caballeros, lejos de quebrarse, hicieron en y por su ausencia un juramento: proteger su nombre, así como se protege el tesoro más sagrado. Las órdenes de caballería vivieron bajo la misma forma que habían heredado de Arturo: servir, luchar y morir sin miedo, sin orgullo y con honor, esperando el día de su regreso.
Con los años, la leyenda se transformó en un rumor: se dice que la espada se halla dormida en algún lugar escondido, de esos que no figuran en los mapas. Por eso, incluso hoy, cuando esas viejas historias ya no son contadas en voz alta, los caballeros entrenan sin descanso. No por las batallas que puedan venir, sino porque la leyenda afirma que algún día Excalibur volverá a reclamar a su portador.
Y cuando ese día llegue, el espíritu de Arturo
despertará con él.






